Venus estuvo retrogradando y nos invitó a una reflexión sobre nuestra relación con el deseo.
A Venus se la conoce como la diosa del amor, aunque diosa del deseo le calza mucho mejor. Es quien se entrega a sus placeres sin juicios ni moral, sin barreras ni límites. Sabe lo que quiere y va a por ello sin dudarlo.
Seduce y atrae, acciones que hoy en día pueden ser mal vistas por la sociedad moralista, pero que todos tenemos y con las cuales necesitamos conectar. Las flores con solo su presencia hacen que nos acerquemos, las miremos y disfrutemos su aroma, de la misma manera los insectos van hacia ella y la ayudan en su reproducción. Esto aparece en todo lo natural como condición intrínseca y los seres humanos somos parte de esa naturaleza.
Claro que compararnos con un personaje de la mitología griega dista bastante de nuestra vida real, pero como explica Carl Jung, esas funciones que representan los dioses forman parte de nuestro psiquismo. Todos tenemos una Venus que pulsa por saciar deseos. Sin embargo, nuestra Venus no suele estar tan fácilmente disponible, y el real encuentro con nuestro deseo no es tan simple de lograr.
Para el psicoanálisis el deseo es por estructura insatisfecho, es decir, siempre va a haber un resto que no se colma. Según Jacques Lacan somos sujetos del deseo, y esto instaura una falta: deseamos algo, justamente, porque no lo tenemos y creemos que eso puede saciarnos, pero no lo hace. Lejos de ser algo desalentador, esta característica lo transforma en el motor de la existencia.
Que no pueda colmarse completamente nunca, nos mueve en su búsqueda y en el descubrimiento de nuevos objetos: cuando comes algo y te das cuenta que en realidad no querías eso o no te sació lo suficiente, entonces deseas algo más.
La base está en realidad, en que a ese impulso deseante original no lo conocemos, al menos no del todo. Cuidadores nos enseñaron en la niñez a ponerle palabras y proyectarlo en un ¨objeto¨: cuando el bebé llora ante un deseo insatisfecho es alguien más quien le dice que eso es hambre y se resuelve comiendo. Entonces nace la pregunta ¿era ese realmente mi deseo? ¿o era el que interpretaron por mí y aprendí que así debía ser? Entonces ¿conozco realmente mi deseo? Si el deseo, entonces, es insatisfecho y de alguna manera inconsciente ¿vale la pena conocerlo y preguntarnos por él?
Generalmente, creemos que nos encontramos con el deseo, pero simplemente estamos sujetos al deseo del Otro. Ese Otro puede ser el “sentido común”, la moralidad que castiga formas de desear, la sociedad consumista que promete felicidad, la familia que impone mandatos, etc. En algún momento esto genera angustia, que puede funcionar como disparadora en el camino hacia su encuentro.
El deseo es subjetivo y reconocerlo y comprender cómo nos relacionamos con él puede librarnos e impulsarnos a una vida más plena.
Puede que necesitemos ayuda para eso, un espacio terapéutico en donde se nos acompañe en su reencuentro. Tanto la psicología como la astrología, desde sus diferentes pero paralelos encuadres, y siempre con un profesional preparado, pueden hacerlo. El objetivo es hacer foco en concientizar el deseo.
En tanto y cuanto no sobrepasemos los derechos ajenos y el cumplimiento de nuestro deseo no genere daños a terceros, el encuentro con éste mediante el autoconocimiento y su puesta en práctica puede llevarnos a experimentar placer y modos más livianos de transitar la vida.
Almendra Sanson - Estudiante Psicología UBA
Camila Sanson - Counsellor astrológica.
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